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Vale la pena recordar la parábola de la mala hierba

Teófilo Quico Tabar

Vale la pena recordar la parábola de la mala hierba. Se habla, se escribe, se alarma, por cosas que ocurren en diferentes estratos sociales. Manifestaciones bochornosas de formas diferentes a las cuales muchos no se acostumbran. Acciones que estremecen los medios y más que eso, conmueve las conciencias. Y la preocupación mayor es a causa de que desde tiempo atrás se venía advirtiendo, pero hubo sordera. Es más, la mayoría de las veces pretendieron ocultar las causas de esos males. Se advertía su incremento y el peligro de que desmoronaran las bases sanas de la sociedad. La razón fundamental fue el abandono y olvido de los principios de moralidad y civismo. De las enseñanzas de las buenas costumbres.

Si acaso algunos lo admitieron, en realidad pudieron hacer muy poco. Se impuso aquello de dejar hacer, dejar pasar.

En un artículo publicado en este mismo diario hace varios años me atreví a decir: “Más bien parece que nos encaminamos aceleradamente a una loca carrera en la que los principios que forman el conjunto de normas por la que debería conducirse el accionar público, se dejan a un lado y se cambian por mecanismos rápidos y “eficientes” para hacer dinero, no importa cuales métodos se utilicen.

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Lamentablemente en nombre de un poner los pies en la tierra, de un pragmatismo populista o de una gobernabilidad, han permitido que acciones dolosas se queden en silencio y sin castigo”

Escribí además: “algunos sectores dudando de la memoria ciudadana, pretenden reivindicar sin penitencia a quienes comenzaron a dar los peores ejemplos de comportamiento político, conductual, administrativo y moral. Aplicando estrategias de amasar dinero para tener la oportunidad de injertarse en sectores importantes de la sociedad por cualquier vía. No solo para cometer sus acciones, sino para servirles de guía a los que en el futuro pudiera acceder al control y dirección de la cosa pública e incluso privada”

Pero la culpa no fue solo de los políticos que partieron del principio de que tenían que arar con los bueyes con que contaban, entre los que lamentablemente se entremezclaron los que siempre se reciclan, y aún siendo jabón, se les permitió participar en el “sancocho”, como si el cocinado fuese solo suyo, porque a fin de cuentas todos tuvimos que comerlo; sino los demás protagonistas de los diferentes sectores que componen el quehacer nacional, entre ellos comerciantes, empresarios, parte de la sociedad civil. Y no menciono otros porque son obvios.

Muchos desde las cúpulas de poder de alguna manera fueron permisivos, complacientes y en ocasiones tolerantes con los que a base de engaño, robo, bellaquerías y contubernio lograron amasar riquezas, comprar posiciones en la sociedad, embarrar los partidos y otras instituciones que se suponen civiles o de orden moral. Todo porque contaban con padrinos con los cuales hicieron negocios complacientes. Quitándole al Estado y al pueblo lo que les pertenecía, para escalar los peldaños de una sociedad que, para lograr superación en el orden moral, tendrá que sufrir sacudimientos ejemplares.

Hace falta enseñanza de ética, moral y cívica expresaron los miembros del Consejo Consultivo de la Lotería en la pasada reunión, pero también hace falta hacer como enseñó Jesús, acerca del trigo de la cizaña.


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