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“El Arte En La Cabeza: Rostro e Identidad” Dagoberto Tejeda Ortiz

Mitificarse el rostro con colores, diseños y símbolos para transformarse en un personaje es una tradición ancestral en la isla de Santo Domingo.  En el periodo precolombino, los behiques, sacerdotes de la religiosidad entre los Taínos se pintaban el rostro de negro con hollín para  adquirir Poder sobrenatural para la curación, fungiendo como intermediarios de sus deidades, que eran los que realmente curaban.

 

Los esclavizados africanos que trajeron los españoles en el proceso de colonización mostraban sus identificaciones étnicas tribales con signos y símbolos expresados en el rostro.  Pero  es con el carnaval que las máscaras y las máscaras-rostro, con colores y símbolos, se multiplican, resultado de hacedores artísticos y creaciones  personales, donde la magia hace el milagro de la fantasía de convertir personas en personajes.

 

Un baile de carnaval en el hoy Museo de las Casas Reales, era una noche de magia donde se  paseaban por sus salones los personajes de la corte real y los de las mil y unas noches, mientras que por la calles de la ciudad de Santo Domingo, en la Plaza de Armas hoy Parque Colón,  con máscaras correteaban  los diablos cajuelos protegidos por  La Muerte mientras que con sus rostros pintados asomaban las mojigangas. 

 

La dominicanizacion del carnaval transformó a personajes que vinieron de España como los Diablos, otros quedaron en el olvido como Gigantes y Cabezudos y surgieron nuevos como Robalagallina, Califé, Se Me Muere Rebeca, etc. donde el rostro en todos ellos era decorado de diversas  formas, para caracterizar a  sus personajes donde predominaban las máscaras que cubrían el rostro y las “máscaras-rostros”, donde se privilegiaban los colores y simbolizaciones en la cara.  Incluso una parte importante del publico iba “pintado” a los encuentros populares de carnaval, igual que como ocurre hoy en el carnaval.

 

La decoración, “la pintura” trascendía al rostro como el caso de los Tiznaos, que trituraban carbón y se lo untaban con miel de abejas en todo el cuerpo y otros  se pintaban el cuerpo de negro con aceite “quemao” de vehículos de motor.   En esta misma línea, algunos “indios” se pintaban el pecho y la cara con bija y en los “Pintaos de Barahona”, su cuerpo entero se convierte en un lienzo viviente, pintándose el cuerpo completo con pintura choreada de diversos colores.  

 

Muchos de estos personajes  los encontramos en el carnaval de Cotúi, uno de los carnavales más antiguo del país, con una extraordinaria diversidad e identidad. El carnaval de Cotúi es único, no se parece a ningún otro, ni siquiera al carnaval vegano, de Santiago o de Bonao,  los más impactantes que le quedan cerca.  Tiene sus personajes propios y su identidad.

 

La mina de oro de Cotúi, presente desde la colonización española, implicó la presencia de esclavizados africanos de las etnias Mina y  Congos, los cuales aportaron sus visiones y sus simbolizaciones africanas en un proceso sincrético de criollización.  El Platanú, personaje elaborado en base de hojas secas de plátano y un higüero como máscara, herencia africana, es el personaje-símbolo que democratizó este carnaval y que sirvió como eje transversal para posibilitar otros personajes de identidad como el Papelú, con papel periódico y el Fundú, con fundas plásticas coloreadas, definiendo una identidad en su relación mágica con la naturaleza, utilizando hojas y ramas de árboles y las simbolizaciones de aves como las guineas, por ejemplo.  Su desarrollo y su creatividad definen al carnaval de Cotúi  como el más ecológico del país.

 

En ese carnaval, Wampa es un personaje-símbolo, carismático, único y trascendente, pero es al mismo tiempo,  el Abogado, el profesor de la UASD en la vida cotidiana.  Por encima de todo eso, Wampa es negro, con conciencia de sus ancestros africanos que asume con orgullo y por eso, gracias a su capacidad creadora, cada año crea personajes que honran sus orígenes de esclavizados que llegaron a dar su trabajo, sus sueños y su vida en la mina de oro de Cotúi.

 

Por esa trascendencia como personaje, el artista Mariano Hernández realizó una jornada de fotos mientras Wampa se vestía y se decoraba el rostro como si fuera para el carnaval, para lograr elaborar una propuesta para la bienal nacional.  Mary Espejo, pintora profesional ese día pintó el rostro y la cabeza de Wampa, de donde Mariano pensó que otros pintores también podrían pintar a Wampa.  Y así sucedió y comenzó un proyecto único, singular, trascendente que no se había realizado en el país ni en el mundo.  ¡41 pintores plantaron la cabeza y el rostro de Wampa! ¡Mariano Hernández los inmortalizó con sus fotografías y Wampa con su carisma los inspiró para la creación de nostalgias africanas!

 

Mary Espejo, Juan Mayí, Hilario Olivo Ángel Urrely, Julio César Valentín, Geo Ripley, Mario José Ángeles, Elsa Núñez, Amaya Salazar, Julia Hernández, Radhames Mejía, Iris Pérez, José Aguavivas Núñez (Sejo), Omar Molina, Sad Musa, José Mercader, Juan Bravo, José  Miura, Jesús Desangles, Antonio Motorrel, José Cestero, Ciprian Ramírez, José Morillo, Inés Tolentino, Persio Checo, Vladimir Reyes, Melvin , Carlos Romaguera, Guiomar Álvarez de Toledo, José Luis Bustamante y Miguel Ramírez, son los pintores protagonista de esta propuesta innovadora. 

 

In memorian, tenemos a Rosa Tavarez, Ramón Oviedo, Fernando Peña Defilló, Nadal Walcot, Tony Capellán, Jorge Severino, John Padovani, Teté Marella y Leonardo Durán.

 

El Banco de Reservas, acaba de editar un hermoso libro de colección reproduciendo las obras vivientes en el lienzo simbólico de la cabeza y el rostro de Wampa, como un aporte artístico y antropológico de sublimizacion del carnaval dominicano con texto de Samuel Pereyra Rojas, Administrador General de Banreservas, la crítica de arte Marián de Tolentino y del Sociólogo Dagoberto Tejeda Ortiz, con la responsabilidad del Sr. Wilson Rodríguez, Director General de Relaciones Públicas Banreservas, por su visión y sensibilidad en su dimensión de  la dominicanidad.  Este libro contó con la excelente coordinación editorial de María Elena Ditrén Flores.

 

Sin dudas, este es uno de los aportes editoriales más trascendente de institución alguna en el país, un aporte invaluable sobre la revalorización de la cultura popular dominicana, un homenaje al carnaval y una revalorización de la identidad nacional.  ¡Bienvenido sea! 

 

  

 


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